En el Siglo XVIII, el poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe realizó un viaje por Italia sobre el que luego escribió una crónica detallada. Le impresionó especialmente la ciudad de Palermo, con su espectacular golfo marítimo, su riqueza cultural, sus jardines públicos y su tradición culinaria. La describe Goethe nada menos que como un “paraíso”.

Pero entre sus varias observaciones, también notó la ingente cantidad de suciedad que se acumulaba en las calles de Palermo, todas cubiertas con una capa permanente de porquería. En vano los dependientes de las tiendas barrían la basura de las aceras hacia la calle, ya que ésta les volvía a caer encima en forma de polvo al primer viento que se alzaba.

La explicación del misterio

Cuando Goethe preguntó a un tendero por qué el ayuntamiento no resolvía esta situación, el palermitano se encogió de hombros y le explicó lo que decían las malas lenguas al respecto:

“si eliminan la suciedad, se notará el pobre estado del suelo, dejando en evidencia otra malversación más del dinero público”.

Y luego añadió que él no confiaba en estas habladurías, asegurando que en su opinión era porque

“a los nobles sencillamente les gusta conducir sus carruajes sobre un terreno elástico, que resulta así más cómodo”.

Escuchando las ingeniosas respuestas de este nativo, Goethe concluye que

“el hombre siempre conserva el suficiente sentido del humor como para reír de los males que no puede evitar”. 

¿Suficiente?

Personalmente, no estoy convencido de que Goethe tuviera razón. Quizás hayan cambiado las cosas desde el Siglo XVIII, pero me da la impresión de que al menos hoy en día no siempre conservamos el suficiente sentido del humor para afrontar lo que nos llega. Basta fijarse en como se pone la gente en el tráfico, ahora que conducimos automóviles y no carruajes. Y no digo tú, que conste, digo «la gente»…

En cualquier caso, el humor es sin duda una de las mejores maneras de encajar las bromas (a veces de mal gusto) que la vida nos va gastando: la puerta que se atranca, el resbalón en la ducha, el invitado que no se va, el neumático que se pincha, la bolsa de basura que se rompe, las maletas que se pierden.

Son fastidios, desde luego, pero no olvidemos que son también el mejor material para la comedia, las típicas situaciones que en una película de Peter sellers nos harían mondarnos de la risa.

Lo que sucede es que no es tan fácil reír cuando el que se pilla el dedo, cae en el barro, o pierde la maleta, por algún error aleatorio del misterioso sistema mundial de transportes de equipaje, eres tú.

Conviértete en Peter Sellers

Sin embargo no es imposible, y vale la pena ponerlo en práctica. El truco consiste en verte como si fueras el protagonista de una película. Para ello hay que obtener una cierta distancia de la situación, observarse desde lejos, como si se saliera de la pantalla para sentarse en las butacas.

Por eso solemos reír de nuestros propios infortunios después de haber pasado un tiempo, mirando atrás hacia un pasado que se va alejando con cada día que pasa. Con esta distancia temporal todo aquello que parecía tan dramático se vuelve bastante más cómico. Pero el tiempo es sólo una de las maneras de obtener esta distancia…

El aeropuerto Falcone-Borsellino

Quienes hayan leído mi libro Yoga a la siciliana sabrán que tengo una relación especial con aquella tierra, y con su capital Palermo, que sigue siendo un paraíso, aunque con sus «problemillas». Entre otras cosas, dista de ser el lugar más organizado del mundo.

Hace algunos veranos, mi pareja y yo aterrizamos en el aeropuerto de Palermo, y nos sucedió precisamente esa pesadilla que todos tememos al llegar a la sala de recogida de equipajes después de un largo vuelo: nuestras maletas no aparecieron. Peor aún, con el tradicional lío del 1 de Agosto, lo mismo había sucedido a otras varias decenas de personas de distintos vuelos. Además de quedarnos hasta sin cepillo de dientes, la cola para dar el parte de la pérdida era larguísima, y la espera iba a ser interminable. Un drama, y todo ello a medianoche y muertos de hambre.

En este caso lo que nos salvó fue la cámara de mi teléfono móvil. Al observar la situación desde el objetivo de la cámara, las cosas comenzaron a tomar un tono mucho más interesante, incluso divertido. La zona de objetos perdidos se convirtió en un caos digno de los Hermanos Marx: montañas de maletas amontonadas, colas de pasajeros furibundos, y un personal que a esas horas no daba ya pie con bolo.

Empezamos a fotografiar cada detalle, y al sacar estas instantáneas e irlas comentando, nuestro mal humor se fue disipando con las risas, hasta que llegamos a un estado de auténtica hilaridad. Una prueba más del efecto anti-estrés de la risa. 

El momento clave fue uno de esos descubrimientos que todos los fotógrafos anhelan, una de esas imágenes que realmente valen más que mil palabras: Desde la impresora del mostrador de objetos perdidos salía la hoja de papel continuo en la que se iban registrando nuestros informes, una hoja kilométrica que caía al suelo en una cascada de papel arremolinado, que varias personas de la cola parecían haber pisoteado, que nadie parecía tener la intención de recoger, y menos aun archivar y gestionar.

Esta delirante imagen de nuestro infortunio colectivo nos hizo estallar de la risa, y se ha vuelto una de las favoritas de nuestro álbum veraniego.

Métodos para obtener perspectiva

Evidentemente, no hace falta una cámara digital para obtener la perspectiva de un espectador externo. Bastaría con escribir un texto satírico o unos ripios altisonantes, dibujar unos garabatos o componer una canción, contárselo todo a una amiga o simplemente hacer un esfuerzo de la imaginación para verse desde fuera y disfrutar del absurdo.

También la práctica de la meditación, que al fin y al cabo no es más que observarse, ayuda a desarrollar esta perspectiva. Quizás esto explique todas esas imágenes del Buda que ríe…

En el caso de nuestra aventura siciliana, descubrimos que las nuevas tecnologías tienen usos insospechados cuando las acoplamos a la antigua tecnología de la comicidad humana. Una vez más el humor había conseguido amortiguar un bache inesperado y desagradable, volviéndo la vida tan suave y elástica como las calles de Palermo del Siglo XVIII. Y entendí la celebre frase de Henry Ward Beecher:

“una persona sin sentido del humor es como una carreta sin amortiguadores: se ve sacudida por todas las piedras del camino”.


Adaptado de mi artículo «Disfrutar del absurdo», publicado en Mente Sana, 12/2006.


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