Sabemos que la risa es un formidable antídoto al estrés y las emociones negativas. Existe toda una literatura científica que demuestra la eficacia del humor a la hora de ayudarnos a superar los momentos difíciles.

Sería lógico, por lo tanto, pensar que las personas con un buen sentido del humor gozarían de una mayor salud mental que la media.

Sin embargo, la situación no es tan sencilla. Es cierto que existe una asociación entre el sentido del humor de una persona y diversas medidas de salud mental. Pero se trata de una asociación bastante leve, muy inferior por ejemplo a la relación entre salud mental y optimismo.

Más aún, en algunos estudios no se ha encontrado diferencia alguna entre el sentido del humor de personas diagnosticadas con patologías clínicas y personas sanas. También sabemos que los rasgos psicóticos son más habituales en los profesionales de la comedia.

Todo ello me recuerda a un viejo chiste:

–Doctora, necesito su ayuda. No le encuentro ninguna chispa a la vida. Cualquier día de estos, me suicido. ¿Qué puedo hacer?

–Pues mire– respondió la psicóloga –ha tenido suerte, porque acaba de llegar a la ciudad el célebre Pampanetti, el payaso más gracioso del mundo. Una hora con Pampanetti equivale a un año entero de psicoterapia, se lo prometo. Hágame caso, vaya esta misma noche al espectáculo, y verá cómo sus problemas se desvanecen.

–Ay, doctora– respondió el hombre –pero, ¡si es que Pampanetti el Payaso soy yo!

Estilos humorísticos

En los últimos años, los expertos han cambiado de enfoque. En vez de considerar todo el humor como «sano», han comenzado a distinguir entre estilos humorísticos positivos y negativos. El investigador Rod Martin ha propuesto la siguiente clasificación:

Estilos positivos

  1. Humor afiliativo: bromear para hacer reír a los demás, para facilitar las relaciones y reducir las tensiones interpersonales.
  2. Humor auto-afirmante: reír de las incongruencias de la vida, mantener una perspectiva humorística incluso ante las adversidades, emplear el humor como un mecanismo de regulación emocional.

Estilos negativos

  1. Humor agresivo: ridiculizar, satirizar, reír a costa de alguien.
  2. Humor autodestructivo: reírse de uno mismo excesivamente, para «caer bien» a los demás. 

Numerosos estudios han confirmado que los estilos de humor positivos (sobre todo el auto-afirmante) se relacionan positivamente con el bienestar psicológico, y negativamente con la ansiedad y la depresión. Pero no sucede lo mismo con los estilos negativos.

En investigaciones del humor en entornos profesionales (como este meta estudio de Mesmer-Magnus), son también los estilos de humor positivos los que se asocian con mejor desempeño, satisfacción laboral y otros beneficios. Es por eso que nuestra consultora se llama Humor Positivo.

Daños colaterales

La risa no es siempre maravillosa. Puede ser terrible, cuando el humor que la provoca tiene víctima: la burla, el sarcasmo, el ridículo, la broma hostil o incluso cruel. En el cine, por ejemplo, las risotadas malvadas definen a los villanos…

Aunque resulta muy placentera para quien la experimenta, la risa a menudo provoca la vergüenza o incluso la ira de las personas que se sienten ridiculizadas. El sentimiento de la vergüenza social (o «corte» en el lenguaje coloquial) por su naturaleza evoca la imagen de un público que se ríe de nosotros.

Una broma hiriente y cruel, arrojada en público, es una agresión psicológica en toda regla que puede resultar muy desagradable o incluso traumática. Este tipo de humillación es habitual en relaciones de maltrato, como el bullying escolar, el mobbing de oficina o la violencia de género, y puede contribuir a provocar el estrés o la depresión de la víctima.

Curiosamente, los estudios de Rod Martin indican que este tipo de humor agresivo carece de efectos positivos incluso para el agresor, al menos a largo plazo. Y está relacionado con peores relaciones interpersonales. Lo cual parece lógico: quienes lo practican, van perdiendo amigos por el camino.

El humor autodestructivo es aun más pernicioso. Este estilo está motivado por una necesidad desesperada de caer bien a los demás: tratar de hacer reír a toda costa y de manera forzada, reír exageradamente de las bromas ajenas, o incluso burlarse de uno mismo hasta comprometer la propia reputación. Estos tipos de humor se asocian con una baja autoestima y un mayor riesgo de depresión.

También hay que tener en cuenta que las bromas pueden emplearse para evitar y disimular ciertos temas incómodos, para esconder las propias opiniones, y para no tener que afrontar la realidad. Estas estrategias a veces pueden tener aplicaciones positivas, pero si impiden a la persona tomar acción para resolver un problema objetivo, resultan nefastas.

Distancia interpersonal

El humor comunica una cierta forma de ver el mundo. Y no todos vemos el mundo de la misma manera. Por lo tanto, cuando dos o más personas coinciden en reírse de algo, se produce un efecto de cercanía social. Pero por el mismo motivo, si algunos no entienden la broma, o peor aun se ofenden, puede convertirse en una barrera, si no el inicio de un conflicto.

De hecho, en el mundo de la política, el uso del humor y la risa es muy habitual, pero suele emplearse como arma arrojadiza. En el parlamento británico resulta especialmente aparente…

Un ejemplo extremo se dio hace unos años en Dinamarca, el país de Victor Borge, cuando el editor de un periódico local decidió publicar una serie de viñetas satíricas sobre el islám. El resultado fue agravar el conflicto global más caliente del siglo XXI, al que ya habían contribuido otras burlas como las de los soldados americanos que humillaron a prisioneros de guerra en la cárcel de Abu Ghraib en Iraq.

Bromear sí, pero con cuidado

Podemos minimizar la posibilidad de crear divisiones si empleamos el humor positivo, en otras palabras, un humor compartido, no agresivo, no insultante y que no pretende ofender a nadie. Si me río, por ejemplo, de mí mismo, de un personaje ficticio, de las incongruencias de la vida o de un juego de palabras ingenioso, nadie tiene por qué ofenderse. Puedo incluso reírme de los demás, pero con su permiso. De hecho, ese permiso para «tomarse el pelo» es una de las señales más claras de una relación fuerte de amistad y confianza.

¿Cómo sabemos si una broma va a molestar a alguien o no? En realidad, y desafortunadamente, no hay reglas fijas sobre el tema. Podemos tratar de evitar ciertas temáticas, sobre todo con personas a las que no conocemos bien: la política, la religión, la violencia, el sexo y otros temas considerados tabú. Pero por otro lado, como ya avisó Freud y nos confirmó Woody Allen, estos temas suelen ser especialmente interesantes para la comedia.

Al final, es una cuestión de inteligencia social y emocional, que vamos aprendiendo a trancas y barrancas. Cuando vayamos a emplear el humor, hay que preguntarse, ¿a quién tengo tengo delante? ¿Cuales son sus valores y sus sensibilidades? Nada de esto garantiza que no vayamos finalmente a meter la pata y pisarle el callo. Pero al menos se intenta. En el peor de los casos, siempre queda el perdón…

Dilemas humorísticos

En estas cuestiones, existen numerosos dilemas sociales, éticos y hasta legales que no tienen fácil solución. ¿Qué pesa más? ¿La libertad de expresión o el respeto por los sentimientos de un grupo étnico o religioso? ¿La corrección política o la licencia del bufón para soltar disparates?

¿Y qué decir del humor negro entre el personal médico? En lugares donde existe una constante cercanía al dolor, el peligro, la enfermedad y la muerte, los profesionales a menudo bromean directamente sobre estos temas terribles, y defienden su derecho a hacerlo. En ese duro contexto, resulta una estrategia necesaria para superar el día a día («positiva», en un cierto sentido). Sin embargo, es lógico que si los familiares o los propios pacientes escucharan algunas de estas bromas, se escandalizarían.

Por otro lado, la división entre las personas no es algo que pueda evitarse siempre, o que incluso sea deseable evitar a toda costa. La película de Chaplin “El gran dictador” sin duda molestó a Adolf Hitler (y en España estuvo prohibida hasta la muerte de Franco en 1975), pero no por ello dejó de ser un mensaje necesario, y una obra de enorme humanidad.


Esta entrada ha sido adaptada de mi libro El sentido del humor: Manual de instrucciones (RBA, 2007).


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