La teoría dramatúrgica del humor
En mis dos entradas anteriores, he hablado del enigma de la risa y descrito las cuatro teorías más conocidas sobre el humor. Tras miles de años de debate, y las intervenciones de los mayores pensadores de la historia, desde Platón a Hobbes, Kant o Freud, seguimos sin una explicación completa y convincente que logre explicar el fenomeno en toda su complejidad.
Pero todo esto ahora va a cambiar.
Sí, porque ahora os voy a contar la mía —¡sin duda la definitiva! Bueno, ejem, esto es broma. No quiero acabar como Schopenhauer y tantos otros. Pero en cualquier caso, dejo mi humilde propuesta aquí en este blog de Humor Positivo, para que quede constancia.
Mi propuesta tiene que ver con los desastres escénicos que suceden en lo que Calderon de la Barca llamó el «gran teatro del mundo». Todos desempeñamos distintos papeles en los escenarios de la vida cotidiana, y cuando no conseguimos dar una buena interpretación, caemos en el «ridículo» –un fenómeno en el que el actor sufre, pero que visto desde fuera puede resultar gracioso. Es lo que últimamente viene a llamarse fails. He aquí, por ejemplo, una sorprendente compilación de desmayos en bodas:
Desde este punto de vista, las caídas y torpezas que provocan la risa no lo hacen porque el observador se sienta «superior» al otro, sino porque se supone que las personas «normales» deberíamos poder mantenernos en pie (¡sobre todo en una boda!), caminar con desenvoltura y manipular objetos con una mínima destreza y elegancia.
¿Y qué es eso de ser una persona “normal”?
Pues depende un poco de la cultura en la que te encuentres. Pero en cualquier lugar del mundo, para bien y para mal, se supone que por el mero hecho de pertenecer a la especie humana o a nuestra sociedad, debemos poseer una serie de características. Por ejemplo:
- un cuerpo con una forma y unas ciertas dimensiones muy precisas
- las capacidades para ver, oír, caminar, hablar, razonar, controlar las emociones y el cuerpo
- el “sentido común”
- los “buenos modales”
- unos ciertos conocimientos de “cultura general”
- una forma de vestirse y presentarse en público
- unas mínimas pertenencias
- la responsabilidad de proteger el propio cuerpo y las pertenencias (incluida esa pertenencia íntima e intangible que llamamos la «dignidad») de ataques, invasiones e insultos
En cada cultura se añaden a esta lista numerosas otras habilidades, como por ejemplo (en las tribus amazónicas) trepar por un árbol, pescar con una lanza o evitar ciertas ranas venenosas. En nuestra propia cultura, esta serie de requerimientos incluye leer, escribir, sumar y restar, usar un teléfono y –como ilustra el siguiente vídeo– aparcar un coche…
Habitualmente no solemos tener problemas a la hora de representar nuestro papel de «persona normal». Pero de vez en cuando ese aparcamiento nos sale fatal, y delante de todo el mundo. O tropezamos, se nos traba la lengua, nos equivocamos en un cálculo, nos engañan, el pantalón se rasga en un punto crítico, nos dormimos en medio de una fiesta, se nos mancha la camisa con ketchup, nos escupen en la cara o revelamos alguna inexcusable laguna en nuestra cultura general.
Hay tantos aspectos del comportamiento que debemos disimular (algunos de ellos tan naturales como la sexualidad, la necesidad de orinar o los impulsos egoístas y agresivos), que a veces, inevitablemente, salen a escena. Y en esos momentos, lo sabemos demasiado bien, la gente puede reírse de nosotros.
De hecho, hay ciertas categorías de persona que suelen habitualmente caer en el ridículo (más o menos injustamente). Por ejemplo:
- las que aún no se han aprendido el papel de «persona normal» (los niños, los extranjeros)
- las que no quieren/pueden adaptarse a las exigencias del papel (tartamudez, patología mental, incontinencia urinaria, creencias poco ortodoxas, pertenencia a un grupo estigmatizado).
- las que sufren alguna condición que les impide desempeñarlo temporalmente (borrachera, grano enorme en la punta de la nariz, efecto de la anestesia –como en el siguiente vídeo)
¿Quién no ha sufrido las burlas de los demás por no ajustarse a las expectativas sociales? ¿Quién no se ha reído de los demás por el mismo motivo? Seamos sinceros, que estamos en confianza.
Roles concretos
Cuando alguien asume un rol concreto, como físico teórico o profesor de pilates, se espera que demuestre las capacidades y conocimientos de este rol. Por ejemplo, a los líderes políticos se les exige ciertos conocimientos y una excelente capacidad para hablar en público, y por eso resultan tan divertidos los vídeos en los que meten la pata en sus discursos y debates…
Esto explica también por qué a veces “las peores” películas se convierten en éxitos de la comedia (The Room es un caso conocido), o inspiran galardones de broma como los Razzies. Y también por qué nos gustan tanto las tomas falsas, como éstas del programa de José Mota.
La comedia
Además de los desastres escénicos cotidianos, la teoría dramatúrgica es aplicable a la ficción humorística en todos sus géneros, desde las comedias teatrales a los tebeos, la caricatura, la sátira y la parodia.
En la comedia el tema principal es siempre la caída en el ridículo de nuestro prójimo, o incluso de nosotros mismos. Los actores y actrices cómicas suelen interpretar a borrachos, excéntricas, “payasos”, idiotas y otros personajes que consiguen perder la dignidad con cada paso y luego intentan recuperarla después de cada tropiezo. El neurótico neoyorquino de Woody Allen, el vagabundo gafado de Chaplin y la ingenua pueblerina emigrada a la ciudad de Lina Morgan hacen reír por los defectos y desventuras que los descalifican en todo momento. Para colmo, a menudo estos personajes hacen alarde de habilidades y cualidades que no pueden demostrar.
El ejemplo más clásico y universal es Don Quijote, que cabalga por la Mancha sobre su flaco rocín en su vieja armadura creyéndose un caballero andante de fama legendaria. Y el ejemplo menos clásico pero infinitamente más casposo es el Torrente de Santiago Segura. Es físicamente repulsivo pero se cree un imán para las mujeres; es un absoluto inepto pero se cree el mejor policía de España; y sus cuatro pelos repeinados sobre la calva son el ejémplo más gráfico posible de las pretensiones huecas que definen el ridículo. La escena más célebre, entre Torrente y su nuevo compañero Rafi mientras esperan aburridos en el coche de patrulla, consigue reunir la homofobia, la hipocresía, la falta de profesionalidad y por supuesto la zafiedad…
Además de los personajes ridículos, a menudo aparece en las comedias otro variante: el bromista ingenioso o el patán falto de tacto que continuamente causa situaciones embarazosas para los demás, desde los zorros de Esopo al conejo listillo Bugs Bunny o los incontrolables Hermanos Marx. En cualquiera de estos casos, el objetivo es siempre el mismo: contar un cuento en el que alguien pierde la máscara social, o se la arrancan a la fuerza.
La sátira, la caricatura y la parodia son ejemplos de un tipo más sofisticado de historia cómica, en la que un cuento ficticio hace alusión metafórica a una historia real. Porque cuando un cómico imita a un político, de quién nos estamos riendo realmente: ¿del político, o del personaje que deforma y exagera sus defectos?
Auto-risa
Es posible, aunque no siempre tan fácil, reírse de uno mismo. Cuando caemos en el ridículo, especialmente en público, lo normal es sentir vergüenza y fantasear con la idea de fugarse al rincón más lejano del Amazonas. Sin embargo, con el tiempo podemos experimentar tanta risa o incluso más de la que otros dirigieron hacia nosotros. Lo que el tiempo nos otorga en estos casos es una cierta distancia psicológica de nosotros mismos. La auténtica clave es ésta.
En realidad, podemos disfrutar de una situación ridícula incluso en el mismo momento que sucede, pero para ello debemos de abandonar mentalmente el escenario y colocarnos entre el público para disfrutar del espectáculo cómico que estamos ofreciendo. En algunos casos, esto no es tan difícil. Si se trata de un error trivial o estamos entre gente de confianza, a veces la risa es la respuesta más natural al propio desastre.
Otra posibilidad típica es cuando cometemos un error mental, sensorial o emocional que nadie puede observar mejor que nosotros mismos. Las ilusiones ópticas, por ejemplo, engañan la vista y nos hacen ver objetos imposibles, provocando una auto-risa fácil. Otro ejemplo son las reacciones emocionales inadecuadas, como el miedo que nos entra cuando oímos un ruido repentino que luego resulta ser un portazo provocado por una corriente de aire.
Este tipo de auto-risa es el motor de muchos juegos infantiles, que consisten en hacer cosas “que dan miedo” como subirse a un árbol o deslizarse por un tobogán. Explica también el disfrute de las montañas rusas, en las que el terror atávico a acabar estrellado contra el suelo resulta absurdo (porque hemos pagado por subirnos al armatoste, y sabemos que es totalmente seguro –bueno, ¡casi!).
Bromas
A veces una persona trata de provocar la auto-risa de otra con algo que llamamos una broma. Las bromas no son más que trucos que pretenden conseguir que la víctima aparezca ridícula a sí misma y a los demás. En estos casos la “víctima” del ridículo a menudo puede reír gracias al aspecto “injusto” de la artimaña utilizada, que la absuelve de una pérdida real de crédito o dignidad –sobre todo entre personas de confianza. Aunque puede también sufrir vergüenza o incluso ofenderse.
Existe una variedad infinita de tales trampas y engaños, que corresponden a las diversas maneras en las que alguien puede quedar en ridículo. Poner una zancadilla hace que la víctima parezca torpe y poco coordinada. Un trabalenguas frustra su capacidad normal para hablar. La clásica bromita adolescente de robarle la ropa al amigo en las duchas le priva del disfraz cotidiano necesario para salir a escena. Y las arañas de goma y otros sustos «mortales» provocan chillidos que hacen perder la compostura sin justificación real.
Inocentadas
Sin duda la más variada categoría de bromas concierne la característica de la que más presumimos los homo sapiens: nuestra capacidad intelectual. Estas jugarretas cognitivas tratan de conseguir que la víctima se vea estúpida, ignorante o chiflada. Las “inocentadas” del 28 de diciembre (a las que ya he dedicado algún post) tratan de engañar a la víctima de tal manera que se “trague” alguna mentira muy poco creíble, deshinchando su pretensión de poseer el necesario juicio crítico. Una buena inocentada es aquella que ninguna persona con un mínimo de “sentido común” debería creerse –o por lo menos es así como debería parecer.
En el Reino Unido, en los años 70, la BBC ofreció un reportaje en April Fools Day (la versión inglesa del Día de los Inocentes) sobre la cosecha del espagueti en Italia, con imágenes de campesinos que recogían los tallarines frescos del “árbol de pasta”. Los televidentes que aceptaron, sin pestañear, esta retransmisión surrealista hicieron el más absoluto ridículo.
Adivinanzas
Del mismo modo, las adivinanzas y los “rompecabezas” están diseñados para convertirte en una especie de idiota. Contienen algún truco que impide resolverlo, y sin embargo la solución parece evidente cuando ya se conoce, como en estos tres ejemplos clásicos (las soluciones las encontrarás al final del post):
- Oro parece, plata no es.
- Dibuja un círculo que representa una tarta de chocolate. Imagina que tienes un cuchillo y que tienes que partirlo en ocho trozos. Pero debes hacerlo con sólo tres cortes rectos. ¿Cómo lo haces?
- Un oso camina 10 kilómetros hacia el sur, 10 hacia el este y 10 hacia el norte, volviendo así al punto del cual partió. ¿De qué color es el oso?
Quienes se “rompen la cabeza” con estos endiablados ingenios suelen reír de su propia estupidez al descubrir la respuesta “evidente” del enigma.
Trucos de magia
Algo parecido sucede con los trucos de magia que engañan al público para conseguir que acepte una realidad imposible: el mago sierra a su ayudante en dos, salen conejos de la chistera vacía, la varita mágica se convierte en un ramo de flores. Aunque estos trucos no suelen considerarse bromas, una de la reacciones más comunes al ilusionismo es también la auto-risa, al descubrir que nos han tomado el pelo (aunque no logremos entender cómo demonios lo han hecho).
Es por ello que muchos magos combinen la chistera con el chiste, como en el caso del mago español más reconocido internacionalmente, el estrambótico y genial Juan Tamariz. Si te fijas en el siguiente vídeo, los voluntarios reaccionan con estupor pero también con risas a los increíbles engaños del gran prestidigitador…
Chistes y bromas verbales
Los chistes, el ingenio verbal y la ironía son también bromas que provocan errores cognitivos, en este caso gracias a trucos lingüísticos o conceptuales. Existe un cierto consenso entre los investigadores del humor sobre la estructura básica de los chistes, ya citada en el post anterior: unen dos o más elementos que son incongruentes o incompatibles, con la excusa de un parecido superficial. En mi opinión, este parecido superficial engaña al receptor para que acepte, por un momento, la unión inadecuada de los elementos incompatibles. De esta manera, los chistes hacen que la víctima observe su propia estupidez. Varios teóricos del humor (Aristóteles, por cierto, entre ellos) han considerado que los chistes son engaños.
Si revisas los cuatro chistes citados en el post anterior, podrás comprobar que están diseñados para hacerte caer, mediante zancadilla mental, en las siguientes creencias absurdas:
- Que es razonable pedir un kilo de azúcar gratis en el bar de la esquina.
- Que El Amperio Contra Paca es una famosa película.
- Que gottaskaen es “llover” en alemán.
- Que el mar está limpio gracias a las esponjas marinas.
La idea de que los chistes engañan explica porque se les considera más o menos “ingeniosos”. Un chiste puede fracasar por ser demasiado complejo o demasiado “tonto”. En estos casos el público no cae en el engaño, o bien porque el parecido entre los elementos unidos no se entiende, o bien porque resulta demasiado evidente y “fácil”. Hay estudios que demuestran que la gente califica como peores aquellos chistes que requieren insuficiente o excesivo “procesamiento cognitivo”.
Ironía
De forma parecida, la ironía nos pide aceptar afirmaciones que todos sabemos son falsas, disparatadas o que no tienen sentido en el contexto. «¡Necesito ponerme la bufanda!» es ridículo cuando hacen 40 grados a la sombra. Y lo mísmo sucede en el anterior vídeo de Tamariz cuando el mago…
- pregunta a Marta, la voluntaria, cómo llama ella a la acción de barajar. Cuando ella responde «remenar» (la palabra en Catalán), él reacciona sorprendido: «Ah, en Andalucía lo llaman remenar?» (como si alguien pudiera creerse eso)
- le vuelve a preguntar a Marta su nombre, como si se le hubiera olvidado, y cuando ella responde, Tamariz comenta «¡Marta! Igual que antes, qué detalle… No, porque es muy bueno que la gente no cambie de nombre…» (como si cambiar de nombre cada minuto fuera algo normal)
- anuncia que «sin tocar la baraja» conseguirá encontrar la carta escogida, pero aclara que «sin tocar» no significa «sin acercarse», y se pone a mover los dedos cerca, tarareando una cancioncita (¡como si esto pudiera ayudar de alguna manera!) Ahonda en la broma aclarando que pone los dedos a 11,7 centímetros de la baraja, «que es lo más que permite la ley actual».
Por cierto, la gracia que tienen los juegos infantiles se basan en buena medida en autoengaños: somos piratas, los lápices se comen, puedo volar por los aires, tu pie es un teléfono… Del mismo modo, géneros de humor surreal como los de Lewis Carroll nos piden que aceptemos como razonable mundos imposibles. La serie de televisión de los Monty Python, por ejemplo, nos invitaba a perder el sano juicio con sketch como el de este partido fútbol entre filósofos:
Las cosquillas
¿Y las cosquillas? ¿También pueden explicarse con este modelo? ¿No se trata de una estimulación física de la risa? Bien pensado, es evidente que no. Si tratas de hacerle cosquillas por sorpresa a una persona desconocida por la calle (¡y no te estoy animando a que lo hagas!) no reirá.
Lo que sí hará su cuerpo, sin embargo, es contraerse automáticamente. El motivo es que las zonas sensibles a las cosquillas son partes del cuerpo blandas y vulnerables que el cuerpo protege con reflejos automáticos de retraimiento: las plantas de los pies, el cuello, las axilas y la zona del abdomen. Si un desconocido nos toca en estas partes, no tiene gracia, porque se trata de una agresión real. Únicamente se desata la hilaridad si una persona en la que confiamos nos toca (o amenaza con tocarnos) en estas zonas vulnerables, consiguiendo que el cuerpo de la víctima se retraiga violentamente sin razón o justificación.
En otras palabras, reímos con las cosquillas cuando nuestra reacción de auto-protección es equivocada. Las cosquillas consiguen que la víctima haga el ridículo, perdiendo el control de su propio cuerpo y comportándose sin elegancia alguna. Es por esto que la persona que las sufre a menudo experimenta vergüenza, y también por ello que resulta sumamente gracioso no solo para ella, sino para los mismos agresores y para las demás personas presentes. Explica además por qué las cosquillas estimulan los chillidos, la huída, las peticiones al «agresor» de detenerse», y sensaciones a menudo bastante incómodas.
La quinta escuela
Con todo esto, te puedes hacer una buena idea de la teoría dramatúrgica del humor. Evidentemente, la cosa es más complicada, entre otros motivos porque hay situaciones potencialmente graciosas que luego no hacen reír (por ejemplo, cuando la persona que se resbala sobre la piel de plátano acaba ingresada en el hospital). Para más información, puedes consultar mi libro El sentido del humor: manual de instrucciones, o si tienes muchas ganas, mi tesis doctoral en inglés.
Encuadro esta teoría dentro de una «quinta escuela» del humor, en la que incluiría la propia de Aristóteles y la de Platón, además de las de Henri Bergson, Luigi Pirandello, E.F. Carrit, J.B. Baillie y mi padre el antropólogo José Antonio Jáuregui en su libro El ordenador emocional (quien me puso sobre la pista de este misterio). No puedo dejar de citar también al pensador que más me ayudó a desarrollarla (aunque nunca escribió una teoría del humor): el teórico social Erving Goffman, que analizó como nadie la vida social en clave teatral.
Una última pregunta queda sin resolver. ¿Qué sentido evolutivo tendría el desarrollo de un mecanismo para detectar los fallos del “gran teatro” humano? ¿Qué ventaja habría otorgado este sistema a homo sapiens en la lucha por la supervivencia? Una posible respuesta es que los sentimientos de vergüenza social y la alarma de la risa sirvan para mantener, reforzar y reproducir el órden estético de una especie que, a diferencia de otros animales, tienen una libertad de acción y expresión infinitamente mayor. Si las convenciones sociales no se respetaran, viviríamos en un caos social impredecible. La risa y la vergüenza social se unirían así a otras emociones como la indignación, la vergüenza moral y la culpabilidad, que identifican y castigan las infracciones del orden ético.
(Solución a las adivinanzas: La respuesta a la primera es “plátano” (Oro parece, platano es); para cortar la tarta en ocho trozos, primero se corta de la manera habitual con dos tajos en cuatro cuartos; pero el tercer corte requiere imaginarse el pastel en tres dimensiones, y se corta no de arriba-abajo sino de un lado al otro, separando la parte superior de la tarta de la inferior; en cuanto al oso, es blanco, porque tiene que estar a la fuerza en el polo norte.)