Los oradores más experimentados saben que el humor es una de las herramientas más valiosas a su disposición. No es nada nuevo. Tanto Quintiliano como Cicerón, los antiguos maestros de la retórica, ya aconsejaban el empleo juicioso de bromas y chascarrillos en los discursos. Suponemos que tiraban del Philogelos, la más antigua colección de chistes…

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