Reírse del Coco
Desde hace algunos años viene celebrándose en España el Halloween, una fiesta de mucha tradición en los países anglosajones. Esta vispera de Todos los Santos («All Hallows’ Eve») es la noche de las brujas, los demonios y los monstruos. Niñas, niños y también muchos mayores se disfrazan con atuendos terroríficos para asustarse los unos a las otras, y pegan en las puertas de sus vecinos para amenazarles si no les aplacan con alguna chuchería.
Puede parecer una tradición extraña, incluso macabra, pero tiene una función psicológica muy clara: superar los miedos con la risa. De lo que se trata, en Halloween y otros divertidos exorcismos rituales (desde las calaveras de azúcar mexicanos a los “gigantes y cabezudos” de nuestras fiestas), es de reírse de lo que más tememos. Estos ritos ilustran a la perfección uno de los beneficios más importantes del sentido del humor, su capacidad para reducir los demonios del subconsciente a ridículos diablillos de juguete.
No es por nada que los humoristas televisivos, los viñetistas gráficos y los memes que recibes por whatsapp se centren tan frecuentemente en los asuntos que más nos preocupan: la crísis económica, las tensiones en Catalúña, el Brexit… Un análisis de más de un millón de tuits enviados durante la reciente exhumación de Franco revelaron la existencia de tres grupos: la izquierda, la derecha y la comedia. Y en el Reino Unido, muchos niños se van a disfrazar en Halloween de Boris Johnson, tras una encuesta que reveló que el Primer Ministro era el personaje más temido de 2019. Incluso tras algo tan duro como un atentado terrorista, luchamos a veces con las armas del humor, como sucedió con los memes que ridiculizaron al guerrero del ISIS que reivindicó los ataques de Barcelona en 2017.
La relación entre el miedo y la risa es muy evidente en los primeros juegos de la infancia, que casi siempre tienen que ver con amenazas y peligros: lanzamientos del bebé por los aires, ataques y persecuciones en broma, y más adelante desafíos como los columpios o los toboganes. Todos estos juegos pueden provocar llantos y gritos de terror en un momento y luego carcajadas más adelante. Es por eso que en los parques de atracciones te venden, a la salida de la montaña rusa, la desternillante foto automática que nos hicieron en el momento más vertiginoso. Y también explica la infinita variedad de «sustos» que nos gusta dar para tomar el pelo a nuestros amigos. En todos estos casos, la risa señala y reconoce que se ha producido un miedo no justificado.
El miedo es una emoción muy valiosa cuando nos protege de una amenaza real, pero sabemos que a menudo puede paralizarnos sin buen motivo. Las fobias son el ejemplo más extremo de este fenómeno, y casi todos tenemos alguna situación o bichito cuya sola mención nos hace palidecer. Quién sufre un miedo irracional sabe que su comportamiento es ridículo, pero se siente incapaz de evitarlo. Sin embargo, este aspecto ridículo del asunto es precisamente la clave para superar su temor. Burlarse del propio miedo es la manera más eficaz de neutralizarlo. Como bien dijo Woody Allen, “No es que tema la muerte. Sencillamente no quiero estar ahí cuando suceda”. Y muchos cómicos como Woody se han ganado la vida ayudando a los demás a reírse de “cocos” como la enfermedad, la guerra, la dictadura o la muerte.
Hay diversas iniciativas que se han aprovechado de este poder de la risa para desarticular la bomba emocional del miedo.
- Organizaciones como Payasos Sin Fronteras o la Fundación Teodora tratan de sembrar la risa en lugares donde el terror la ha aniquilado, como en los hospitales o los países en guerra.
- Numerosos psicoterapeutas tratan de integrar el humor en sus consultas, siguiendo las pistas de William Fry y Waleed Salameh, o de Larry Ventis, un psicólogo que precisamente ha desarrollado un sistema para superar las fobias con el humor que resulta al menos tan eficaz como el procedimiento terapéutico más convencional.
- En la línea aérea Southwest Airlines el personal de abordo aliña sus instrucciones de emergencia con todo tipo de bromas y chistes, tratando así de crear un clima más relajado ante una experiencia que desencadena en muchas personas desde un ligero nerviosismo hasta auténtico terror.
- Otra idea que nos encanta es la de decorar la sala del dentista o la máquina de resonancia magnética con temática pirata, de ciencia ficción o alguna otra temática divertida, para reducir el temor que a menudo acompaña a estos procedimientos.
Pero desafortunadamente, no todos tenemos la suerte de toparnos con asistentes de vuelo o dentistas que nos hagan reír , y por lo tanto depende de nosotros tomar la iniciativa cómica. Hay que tratar de buscarle la chispa divertida a nuestros monstruos internos, ya sea exagerándolos, deformándolos o poniéndolos a bailar. Un ejemplo clásico es el de los ejercicios de visualización que a veces recomiendan a la hora de salir al escenario ante un público: imagina que están desnudos, o que se convierten en los bebés llorones que todos fueron alguna vez, o que cada persona lleva una gallina sobre la cabeza. Y si no se nos ocurre nada, siempre podemos sacar el móvil y tirar del video de la frente arrugada de Joaquín Phoenix…
En cualquier caso, hay tres recomendaciones generales a tener en cuenta en este trabajo interno. En primer lugar, es conveniente buscar a otras personas que comparten el temor para improvisar las bromas juntos, ya que la risa en compañía se multiplica. En segundo lugar, y como hacen los niños en sus juegos, hay que ir conquistando los miedos poco a poco, primero con el tobogán más pequeño, bien agarrado y con tu mamá o papá esperando abajo, y luego ya con toboganes más grandes, hasta chillar y reír con las montañas rusas más colosales. Finalmente, hay que estar preparadas para, de vez en cuando, fracasar en el intento. Hay veces que algún disfraz de Halloween pueda provocarnos el llanto, y tengamos que salir despavoridos, pero a lo mejor el año que viene ya seamos capaces de arrancarle la máscara al Coco.