Si vieres que hay lugar, dile cuentos graciosos

Y palabras pulidas con gestos amororos;

Con palabras muy dulces, con decires sabrosos

Aumentan los amores y son más deseosos.

Cuando hablares con ella, si vieres que hay lugar,

Cual sin querer queriendo, no dejes de jugar;

Muchas veces ansí lo que te ha de negar

Y será generosa si sabes listo andar. 

-Arcipreste de Hita, 
Libro del Buen Amor

Se acerca San Valentín, y nosotros lo celebramos con esta entrada sobre el amor y el humor. Ah sí, Cupido tiene su lado travieso…

En el arte de la seducción, el humor tiene mucho que ver. Los psicólogos que investigan la formación de parejas han descubierto que el sentido del humor es una de las cualidades más valoradas por quienes buscan compañía romántica. En un estudio, preguntaron a 700 hombres y mujeres sobre los atributos que más valoraban en una pareja sexual sin compromisos, en una pareja estable y en un cónyuge, y un buen sentido del humor apareció como una de las cualidades más valoradas, junto a la sinceridad y el ser una persona cariñosa.

Existen numerosos estudios, como éste o este otro, que han encontrado resultados similares. También en los anuncios de solteros en periódicos e Internet el sentido del humor suele aparecer como la característica más solicitada en mujeres que buscan hombres, y la segunda (después de la belleza física) en hombres que buscan mujeres. Se trata de un dato tan llamativo que algunos teóricos evolucionistas, como Geoffrey Miller en su libro The Mating Mind, han sugerido que quizás explique el desarrollo mismo del sentido del humor en homo sapiens, interpretado por ellos como una señal de creatividad y por lo tanto de un pareja con más probabilidades de sobrevivir y llevar adelante la familia.

¿Por qué es tan sexy el humor?

El poder atractivo del humor recuerda a ese anuncio de un desodorante en el que un chico, tras rociarse con el spray del producto en cuestión, era perseguido por toda una avalancha de jóvenes. Lo que no está claro es el motivo exacto de este poderoso efecto. Quizás tenga que ver con el hecho, ya citado en otra entrada, de que compartir la risa parece revelar una forma similar de pensar, sentir e interpretar el mundo.

En la investigación psicológica sobre el amor romántico, uno de los resultados más claros ha sido que nos suelen atraer las personas que más se nos parecen, en cuanto a personalidad, actitudes, intereses y experiencias vitales. Buscamos, efectivamente, la “media naranja” que se ajuste a nuestra propia mitad. Por lo tanto, cuando decimos que buscamos a alguien con sentido del humor, quizás lo que queremos decir en realidad es que buscamos a esa media naranja que se exprima de risa con las mismas cosas que reímos nosotros.

Una persona que se ríe de nuestros propios chistes, y por lo tanto comparte un sentido del humor parecido, nos provoca una impresión más positiva y nos resulta más atractiva. El sentido del humor puede ser una medida eficaz de la compatibilidad entre los dos.

Otra posible explicación es que el sentido del humor se considera una característica clave de la personalidad, asociada a numerosos otros atributos positivos. Según los estudios (por ejemplo, éste), consideramos que una persona con sentido del humor es además simpática, extrovertida, considerada, agradable, interesante, imaginativa, inteligente, perspicaz y emocionalmente estable. Siendo así, no es de extrañar que su valor en el mercado del amor sea bien alto.

Finalmente, el magnetismo del humor podría deberse también a algo más sencillo: buscamos una pareja con la que nos vayamos a reír. Si vamos a pasar mucho tiempo con alguien, es lógico que queramos divertirnos con ella. La risa es uno de los placeres fundamentales de la vida, y tiene todo el sentido del mundo que queramos compartirla lo más posible con nuestro compañero o compañera de vida. 

Amor a primera risa 

En un curioso experimento de los psicólogos Barbara Fraley y Arthur Aron, pidieron a varias parejas de desconocidos que participaran juntos en una tarea. En algunos casos, se trataba de una tarea divertida que les haría reír juntos, y en otros la tarea era agradable pero no provocaba la risa. Después de la tarea se les pidió a cada participante que evaluara a su compañero o compañera. Y resultó que las personas que rieron con su pareja se sintieron más cercanas y más atraídas hacia ella. La risa compartida provocó un efecto imán entre las dos personas.

La química de la atracción es una compleja y misteriosa ciencia en la que intervienen numerosos factores. Pero sin duda es más fácil que se provoque una reacción amorosa durante una actividad divertida. Hay que agitar un poco las sustancias, a ser posible a ritmo de salsa. No es casualidad que los lugares y momentos más indicados para “ligar” sean espacios lúdicos. Tradicionalmente se forjaban las relaciones románticas (y no hablo de las matrimoniales sino insisto, las románticas) en las fiestas del pueblo, los bailes de salón, las bodas y otras celebraciones, donde la formalidad de las reglas sociales se relajaban un poco y era más fácil reír, bromear, hacer el tonto y divertirse (no olvidemos que Romeo y Julieta se conocieron en un baile de disfraces).

Hoy en día los bares y las discotecas son los más habituales espacios para buscar pareja, aunque las fiestas tradicionales siguen teniendo su encanto romántico –conozco a varias parejas que celebran su aniversario en Nochevieja. Otros ejemplos son las playas y los lugares de veraneo, los viajes de fin de curso, las pistas de esquí, los campamentos de verano, los conciertos, las manifestaciones, las boleras, las pistas de patinaje, los gimnasios, los parques de atracciones, los cursos de formación… Aunque nada es imposible en el amor (sobre todo en la era de Tinder), Cupido no suele frecuentar el supermercado, las reuniones presupuestarias o las colas para renovar el carnet de identidad.

Romances titánicos

Las escenas románticas de Hollywood casi siempre vienen precedidas por los juegos y las risas de sus protagonistas. Ya sabes como va la cosa: Empiezan construyendo un hombre de nieve en el Central Park, luego pasan a tirarse bolas de nieve, finalmente caen del trineo muertos de risa y de repente… se miran a los ojos, las sonrisas se borran, se crea un largo silencio y entonces sus labios fríos se encuentran y se dan calor.

No hay más que fijarse en uno de los romances cinematográficos más grandes de las últimas décadas: Titanic. Verdaderamente una historia de amor colosal: la película más cara hasta esa fecha, la más taquillera (hasta que Avatar, también de James Cameron, le quitó el record), la que más nominaciones al Oscar ha recibido (14, ganando 11 incluida Mejor Película), y para colmo, todo ello abordo del barco más gigantesco de su era, que se convirtió en uno de los desastres más sonados de la historia.

El cuento amoroso se desarrolla así: a bordo del gran barco de crucero Titanic, Rose DeWitt está tan harta de su vida de clase alta, controlada por su familia que quiere casarla con un hombre que no ama, que trata de suicidarse tirándose por la borda. Pero el joven artista y aventurero Jack Dawson la detiene en ese momento dramático, que él convierte en cómico con una serie de argumentos entre heróicos y absurdos.

Tras haber transformado así la tragedia en comedia, el romance se intensifica algunas escenas después, cuando Jack salva a Rose de una cena tremendamente aburrida y la lleva a conocer las zonas del barco menos nobles. Aquí se divierten de lo lindo entre el poquer, el alcohol y el baile, y sus risas alocadas indican al público que están hechos el uno para la otra.

Finalmente, todo culmina en la escena más célebre del film. En la proa del barco, Jack le pide que cierre los ojos y se fíe de él. La coloca subida sobre los railes de la proa con los brazos en cruz, y entonces le dice que abra los ojos. Ella, viendo sólo el mar de atardecer pasar bajo sus pies a toda velocidad, se emociona: “¡Estoy volando!” Suenan las flautas irlandesas. Salen los Kleenex entre los miembros del público. Es un clásico infantil, la emoción del columpio elevada a un tamaño Titánico. Y en ese momento, Jack y Rose se besan. 

Fue un momento tan romántico que lo volvimos a recordar durante una década en las incontables bodas que usaron la música de Titanic para amenizar (o, según los gustos, amargar) los banquetes. Es cierto que el trágico final del filme fue lo que convirtió este amor en una leyenda moderna, como sucedió con Romeo y Julieta, los amantes de Teruel y tantos otros romances míticos. Pero no hay que olvidar que la atracción entre Jack y Rose se fraguó con el juego –como casi siempre. 


Adaptado de mi libro Amor y humor: Las claves científicas de las risas contagiosas, las comedias románticas, el sexo divertido y las locuras de amor.


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