¿Le darán el Oscar a una comedia?
Dicen que hacer comedia es difícil, pero lo es aun más que una película cómica se haga con una de las famosas estatuillas de Hollywood. ¿Cómo es posible que ninguna de las obras maestras de Chaplin recibiera tan siquiera una nominación a Mejor Película? ¿Ni alguna de las clásicas comedias románticas de los 80 y 90, como Atrapado en el tiempo o Cuando Harry conoció a Sally? Ni siquiera la alucinante Borat, que creó un nuevo, rompedor y casi milagroso género cinematográfico, consiguió hacerse con una nominación. ¡Yakshemash!
Y es que el humor no se toma suficientemente en serio. O para que se tome en serio, tiene que volverse tremendamente dramático, como cuando en 1999 Roberto Benigni recibió el Oscar al ‘Mejor Actor’ y a la ‘Mejor Película Extranjera’ por La Vida es Bella –que trataba sobre el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Hay que reconocer, eso sí, que La Vida es Bella es un ejemplo sobresaliente del poderoso efecto del humor para ayudar al ser humano a superar sus circunstancias objetivas, incluso las más espantosas. En este caso, consigue reducir todo el horror de los campos de concentración de los Nazis al colosal y absurdo disparate que fue, como muestra este diálogo entre Giosue, un niño pequeño, y Guido, su padre interpretado por Benigni:
GIOSUÈ: Un hombre que lloraba me ha dicho que con nosotros hacen botones y jabón.
GUIDO [riendo como un loco]: Josue, te has dejado engañar. Te han engañado otra vez. Pero hombre, pensaba que eras un niño muy muy listo. ¿Botones y jabón con las personas? Pero eso sería el colmo de los colmos, hombre. ¿Te imaginas? Mañana por la mañana, me lavo las manos con Bartolomé, ¡bien enjabonadas! Y luego me abrocho con Francesco. [Deja caer un botón de su uniforme de prisionero] ¡Mira –se me ha caido Giorgio! [recogiéndolo] ¿Como va a ser esto una persona? Venga, te han tomado el pelo, hombre, y te lo has creído. Botones y jabón… ¿y qué más te han dicho?
GIOSUÈ: Que nos queman en el horno.
GUIDO: Que nos queman… [echa a reír descontroladamente] Te han engañado. Pero hombre, si es que te lo cuelan todo. Hijo, los hornos de leña ya los conozco, pero ¿los hornos de hombres? ¿eh? Jamás los he visto. Dice uno ‘Eh, me falta leña. Pues toma –ahí tienes un abogado.’ ¡Pum! ‘Oye, este abogado no quema bien, está demasiado verde. Mira que humo echa’.
Desde El Gran Dictador de Chaplin, no se había demolido el proyecto del Tercer Reich con tanta contundencia. Como dijo una vez Mark Twain, «la especie humana tiene solo un arma realmente eficaz, y es la risa».
Roberto Benigni es un representante moderno del clásico payaso, o «clown» (usaremos esta palabra, porque como te habrás dado cuenta, todo queda más creíble en inglés). La trayectoria cinematográfica de este artista italiano, que ha tratado temas como la religión, los asesinatos en serie, la mafia o la guerra de Iraq, demuestra que los clown no son sólo para los niños y las niñas. Son adultos con alma de niño, lo cual es bien distinto. Aplican la lógica y la sensibilidad infantil a cualquier situación, y esta perspectiva a menudo resulta sorprendentemente esclarecedora. Jesús Jara lo explica muy bien en libros como El clown: un navegante de las emociones.
Hace algunos años, Gabriel Chamé protagonizó un espectáculo titulado Llegué para Irme en el que su clown se enfrenta a la vida de un ejecutivo estresado que llega una noche a casa tras un agotador viaje de trabajo, al límite de sus fuerzas, y se encuentra con una carta que le informa que por la mañana temprano tiene que volver a salir de viaje. La imposible tarea de deshacer maletas, mantener sus asuntos de casa en orden, rehacer de nuevo las maletas y todo ello manteniendo la calma (cada dos por tres se grita a si mismo: “¡RELAX!”) le sume en un torbellino de despistes, torpezas y absurdos que resumen la condición moderna e hicieron, en la representación que atendí, mondarse de la risa a un público adulto.
Los y las clown tienen mucho que contarnos, y cuando lo hacen con el debido arte, llegan siempre hasta la mente, el corazón y el tornillo de la risa de cualquier ser sensible. De hecho, en muchas sociedades llegan a desempeñar importantes roles rituales, como en el caso de los payasos sagrados de las tribus africanas y americanas, o el de los payasos-jueces que median en las disputas de algunas comunidades. Incluso en la nuestra, aún erigimos monumentos y estatuas a payasos queridos como Charlie Rivel, Fofó, Los Hermanos Tonetti o Charles Chaplin.
Desafortunadamente, la academia de cine norteamericana no suele reconocer muy a menudo la importancia del clown. Y eso que la larguísima y potencialmente aburridísima gala la suelen presentar casi siempre humoristas como Jimmy Kimmel o Ellen DeGeneres. ¿Será que los miembros de la academia no tienen suficiente sentido del humor? ¿O es que temen que los payasos se descontrolen en su elegante ceremonia?
Es cierto que cuando ganó Roberto Benigni, la lío parda: salió a recoger su Oscar con todo el alocado entusiasmo de un niño, caminando peligrosamente sobre los asientos de la sala, brincando por las escaleritas para abrazar a Sofía Loren y emocionando al público con exclamaciones de clown tan adultas como ésta: “¡Querría ser como Júpiter para secuestrar a toda la gente de esta sala y acostarme en el firmamento para hacer el amor con todos y todas!”
¿No fue maravilloso?
De cara a la gala de 2019, celebramos el abundante y sorprendente número de películas nominadas (¡4 de 8!) que pueden considerarse comedias, al menos en buena parte: El vicio del poder, La favorita, Infiltrados en el KKKlan, y Green Book. A ver si esta vez los miembros de la academia de cine norteamericana demuestran tener un poquito de sentido del humor, como ya lo han hecho los de la academia de cine española al premiar este año a la comedia Campeones.
Y a ver si algún clown vuelve a montarla en el escenario…