Hace algunos años, un alto directivo de una gran corporación envió la siguiente circular a todo el personal de su división:

A partir de hoy, no se permitirán risas ni sonrisas en este edificio durante el horario laboral. La risa distrae a los demás empleados. Y alguien que sonríe no está pensando en su trabajo. 

¿Has recibido alguna vez algún email semejante desde “arriba”? Esperamos que no. Sin embargo, es probable que te suene el mensaje, e incluso que hayas tenido que trabajar alguna vez bajo normas similares –aunque nunca llegaran a escribirse en ningún cartel o librito de normas corporativas.

Instrumentos de tortura

La palabra negocio deriva de «negación del ocio». Aun más inquietante resulta el origen de la palabra trabajo: el tripalium, un antiguo instrumento de tortura. Y es que en el mundo de la empresa, lo que se lleva es la seriedad, la solemnidad, e incluso sufrimiento. O sea, que parece que haya que sufrir, y demostrar que se sufre, para que se crean que estamos trabajando de verdad.

El ámbito laboral no es para blandengues. La profesionalidad requiere una expresión solemne e impasible, como de héroe hollywoodiense, que limita la libertad de sonreír y más aún de reír abiertamente. En las comunicaciones se estila un tono aséptico, formal y lleno de tecnicismos (abundando frases tipo “sinergias escalables de outsourcing GSSM”). El color dominante es el gris, las formas tienden a ser cuadriculadas, y el código de vestir exige la sobriedad –y a menudo incluso la incomodidad. No existe mucha tolerancia para lo que, en términos técnicos, podría denominarse el “cachondeo”.

Si un jefe entra en la sala y sorprende a un grupo de personas riendo, lo normal es que se pregunte “¿por qué no están trabajando? ¿Qué pasa aquí? ¿De qué ríen estos zánganos?”. Y ellos reaccionarán rápidamente, volviendo a sus pantallas y poniendo cara de preocupación.

La diversión debe limitarse a las pausas de café, las noches, el fin de semana y las vacaciones: el tiempo “libre” en contraste al tiempo “encadenado”. Es una distinción que aprendimos desde la más tierna infancia. ¿Recuerdas el cuento de los tres cerditos? ¿O el de la hormiga y la cigarra? En ambas fábulas son los personajes divertidos, musicales, bailarines, simpáticos y alegres los que acaban al borde de la miseria o de las fauces del lobo, mientras que prosperan los personajes grises, prácticos y aburridos que no hacen otra cosa que bregar. La moral de la historia es bien clara: para tener éxito, hay que olvidarse de la buena vida.

Una distinción reciente

En realidad, esta distinción tan neta entre el trabajo y la diversión no ha existido siempre. Es un producto cultural relativamente reciente en la historia de la humanidad, que proviene del modelo anglo-americano del serious business, o como lo denominó Max Weber, la ética protestante del trabajo. La idea se deriva de la visión de los primeros colonizadores de los Estados Unidos, los puritanos calvinistas, una gente muy austera que creía que era necesario trabajar duro y evitar los placeres en esta vida para recibir una recompensa divina en la próxima.

Esta visión guió el desarrollo de la cultura laboral en ese país, y se acopló muy bien a la era de la industrialización, las cadenas de montaje y la mecánica, en la que surgieron las primeras grandes corporaciones. También se fue impregnando del emergente paradigma darwinista de la economía, que presentaba a cada empresa compitiendo por su misma supervivencia en una dramática lucha sin tregua.

Y finalmente, mediante el proceso cada vez más acelerado de la globalización económica, este modelo se fue difundiendo en todo el mundo. En otras palabras, recibimos a los americanos con alegría y, como en la película Bienvenido Mr. Marshall, ellos nos recibieron con seriedad, prisas y tecnología. Por algo eran los number one.

Pero el trabajo no fue siempre una actividad tan solemne. Durante la mayoría de historia (y la prehistoria) de la humanidad, el trabajo se ha realizado principalmente en granjas familiares, en el hogar, en talleres de artesanos y en otras pequeñas comunidades, sin tanta formalidad ni tanto uniforme. La risa, la diversión, las celebraciones y la música no estaban reñidas con el trabajo, sino que eran habituales –como lo siguen siendo en numerosas comunidades agrícolas y pre-agrícolas que aun existen en el siglo XXI.

Esto no significa que las tareas a realizar en estos trabajos no sean en muchos casos difíciles, físicamente agotadoras o incluso peligrosas. No estamos hablando de ninguna utopía. Sencillamente queremos dejar constancia de que no ha existido siempre una división tan clara entre la diversión y el trabajo. 

Un nuevo modelo: la diversión como valor

Hay que reconocer que el modelo del serious business funciona. No hay duda de que es eficaz, e incluso que ha supuesto una de las claves del éxito norteamericano en el mercado competitivo global a lo largo del Siglo XX. Sin embargo, tiene también sus desventajas y sus riesgos, y no solo para la salud mental, sino para la propia productividad de las empresas.

Afortunadamente, en el Siglo XXI las cosas están cambiando. En los últimos años algunas empresas han comenzado a preguntarse si no nos habremos pasado, volviéndonos demasiado serios con tanta corbata, tanta cara larga y tanta sobria documentación en Times New Roman 12.  

En nuestro próximo post (¡suscríbete para no perdértelo!) hablaremos del movimiento Fun at Work, la «diversión en el trabajo», representado por empresas como Google, que llenan sus oficinas de juguetes y decoraciones estrambóticas, ofrecen comida gratis, organizan todo tipo de actividades lúdicas, y permiten a sus empleados vestir como si estuvieran en casa.

Y nos preguntaremos… ¿pero de verdad se puede trabajar en un sitio como éste…?


Post adaptado de nuestro libro Alta diversión: los beneficios del humor en el trabajo (Alienta, 2008)


 

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